Advertencia


“¡Pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,

bajo ningún pretexto, que no sepan volar. “

Oliverio Girondo



Me importa poco que los hombres tengan el pecho impúber o de macho cabrío;

le doy la mínima importancia que su aliento sea de menta o de vino rancio.

Soy perfectamente capaz de soportales una “nariz superlativa”

(¡Oh, Quevedo, un hombre a una nariz pegado!)

Pero, de ninguna manera soporto a los hombres que no hayan dado la vuelta al mundo.

Sino han dado la vuelta al mundo pierden el tiempo los que pretendan enamorarme.

Esa fue la razón por la que me enamoré de Federico.

¿Qué me importaban sus dientes en mis labios

 o su cuerpo de océano deshaciendo mi última resistencia?

¿Qué me importaba su voz de hombre inundando mi cuerpo o revolcando mi ingenio?

Federico era un viajero. En el amanecer tomaba mi mano

y me arrastraba a la salida de los soles del planeta B12.

Aprovechamos “la migración de una bandada de pájaros”

para desbordar el río o planear en el viñedo;

para sentarnos en el Sahara o quedarnos en medio de la nada en el polo norte.

Desayunábamos en las constelaciones de Tucana  o Andromeda.

¡Qué delicia tener ese hombre nómada que me arrancó

la rutina de un solo jalón y me raptó de oficinas y vestidos!

Después de estar con un hombre que no teme a los globos, los cohetes y los patines

 ¿podría tener algún efecto en mí aquel que se estaciona

por días en su trabajo útil  o en su ocio de ordenador y su anillo matrimonial?

Yo, desbordante mujer, no puedo comprender las miradas furtivas

de un hombre sedentario y por más que trato de lograr comunicación,

no puedo acercarme a un hombre que no haya dado la vuelta al mundo.



Inés de Clara

Comentarios

Entradas populares de este blog

El rey de la salsa Un libro para saborear Pedro Baquero Masmela

Biofilia y otros asuntos importantes del amor