SIN VOS-VOZ

Hoy mi hermano cumple años.
Treinta y tres mil o tantos años.
Él carga en su espíritu
la inconciencia de los maldicentes de su masculinidad.
Recuerdo que tragaba sus lágrimas
para que el ojo avizor de nuestro padre
no latigara su avidez y curiosidad.
(Mi padre fue a su vez devastado)
Gustaba de los pájaros,
lloraba a lágrima, su muerte.
Cómo aguantaba las palpitaciones de su corazón
cuando había que demostrar ser hombre,
rompiendo ventanas, escupiendo caras, poniendo sobrenombres.
Pintaba y a eso le llamaban ser “mariquita”,
Por eso muy joven dejó su talento.
Inventamos un carro, un ascensor,
una pila, un barco.
Todo ello, desechado en colegios que adecuaban
los cuerpos a la matemática de la instrucción,
a la geografía de mapas sin territorio, de ensenadas calculadas.
Nunca de los ríos que andábamos de piedra en piedra,
o las montañas de niebla que encendían nuestro corazón.
Ni esas manos de pies de barro, de caminos fundados.
Colegios que sustentaban el Catecismo del padre Astete
o la Urbanidad de Carreño, sin contar con los poemas de amor
que escribíamos en árboles, servilletas o nubes.
No tenían en cuenta los descubrimientos
de la escritura criptográfica, del dibujo mural,
de la química casera –¿sería cierto que los piojos morían por frutas silvestres?-
Nunca un uso de su multiplicidad como viandante,
de su experticia en la conjugación del beisbol, la zoología y los besos.
Hoy, tras su vida de hombre invalidada,
pregunto ¿Cuándo se detendrá su negación?
Su ser masculino carga con la impronta de la guerra.
No es cierto.
Es un invento de detentores de la vida.
Un hombre es riesgo, aventura, se está yendo
Para volver repleto de mundo creado.
Acoge la feminidad y prorrumpe con el amor para crear la vida.
Mi hermano fue ese hombre.

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