DE ENSAYOS EN LA CEGUERA
“Aquella noche el ciego soñó que estaba ciego”
José Saramago

¡Estoy ciega!
mi grito no está contagiado de la peste de ceguera.
Está en las abarrotadas calles
que aluden a absurdas toneladas de luz.
No tengo una enfermedad blanca en la retina,
aunque hay mucha gente mutilada
en fábricas de carteras chinas y bicicletas taiwanesas.
Sencillamente, estoy ciega de luz desperdigada
en peces, orquídeas, rábanos, colibrís de centros comerciales.
Hay tantos maniquís, tantos brazos, piernas, cabezas,
manos, dedos rodando, siendo rayos, anzuelos,
tormentas, huracanes, terremotos, tsunamis
que devastan el iris, el cristalino, la retina
de tierras, paisajes, montes, semillas.
Han saturado en voltios de luz, las flores, los patos,
los caimanes, las jacarandas, los arroyos, los azulejos.
Toda la mirada derribada por un dedo de fibra de vidrio,
por los muslos del acrílico y las sonrisas de aluminio.
Ojos subastados en seres consumidos de luz,
abigarrados en luminiscencias con tendencia
monárquica, el fondo de nuestra especie derruida.
Mis ojos, en este estado, no piden mucho.
Solo quieren un hilo de luz,
prenderse como araña, embeberse, atraparlo
en la mano abierta, dejarlo reposar en los labios ,
saborearlo, agradecerlo.
Solo un hilo de luz y no ser ciega,
en este pérfido siglo de las luces
que por hartazgo mata la mirada.

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