POEMAS DE LEDO IVO


JUSTIFICACIÓN DEL POETA. Ledo Ivo
Padre, mis pensamientos no caben en tu sala con el sereno piano
a un lado y las oscuras sillas solas cerca de la ventana
mis inquietos pensamientos no caben en la salita con flores
muriendo en los jarrones y paisajes que sonríen en sus marcos
deja que se amplíen más allá de las cortinas azules y caminen
allende las ventanas abiertas
deja que se confundan con el calmo claro de la luna
no te importe si los demás se asombran de tu hijo de vivos ojos
y cabellos siempre despeinados
no te importe si recito poemas cuando la noche cae
el tiempo no existe en el alma del poeta
todo es universal y comprende todos los tiempos
los poetas, padre mío, son los corazones del mundo
son las manos de Dios escribiendo los poemas del mundo vacilante
no importa, padre, que digan que soy un loco
que lloro debruzado en los puentes y me conmuevo en los teatros
que pregunto por la oscura Adriana cuando la madrugada baja
en silencio
en silencio
los poetas son los pianos del mundo
sólo ellos permanecerán inalterables delante de las
musas y de Dios
sólo ellos tendrán la noción de la agonía del mundo
ayer un niño español fue despedazado por una bomba
mañana se encontrarán poemas en el bolsillo del suicida
soñador
mientras tanto las grúas trabajan incansablemente día
y noche
y los obreros fatigan sus brazos y sus piernas
ninguna oscilación habrá en la Poesía
ella quedará en equilibrio porque los ritmos la amparan
y Adriana no se prostituye.

Soy una elección. Soy una revolución.


Descubrimiento de lo inefable
Sin lo sublime ¿qué es el poeta? Sin lo inefable
         ¿cómo puede
alabar, si no trae para sí mismo,
la plena y extraña juventud de la joven a
         quien ama?
¿Qué es el poeta, que imita las mareas,
sin adquirir con el tiempo una serenidad de
         cosa siempre desnuda
como si las estrellas estuviesen caminando
         gobernadas por su sonrisa
y sus brazos agitasen los árboles heridos por
         la claridad de la luna?

Sin que su canto suba hasta los cielos,
         sofocante música de la tierra,
¿qué es el poeta?
Soy libre cuando canto. Y quiero
que mi respiración oriente la voluntad de las
         nubes
y mi amoroso pensamiento se mezcle al
         horizonte.
Cantando quiero a octubre, quiero la lágrima
         de sal
en el instante anterior al despertar: hoja
         volando.

Sin lo inefable, que dura siempre sin permanecer
¿cómo conseguiré alabar a esa joven a quien
         amo,
que nace en mi recuerdo plena como la noche
y triunfante como una rosa que durase
         eternamente
no se limitase a la gloria de un día?
Sin lo inefable, que valoriza las manos y hace
         volar el amor,
no podré descender de repente
al infierno de su cuerpo desnudo.

Lo sobrenatural todavía existe. Y no seremos
         nosotros
los que alteraremos el indivisible orden de
         las cosas
con nuestras manos que podrán quedar
         inmóviles
en pleno amor, frente al cuerpo amado.

Es inútil pensar que los ángeles murieron
o partieron, buscando otros lugares.
Ellos todavía están, unidad admirable del
         Día y la Noche,
entre las nubes y las casas en que habitamos.

Repentinamente, las voces de la infancia
         nos llaman hacia el mágico viaje
y recuerdan que podemos huir hacia la
lejanía conservada aún en la eternidad.

Entonces, nuestras necesidades no se reducen
         sólo a comer, dormir y amar.
Necesitamos de los ángeles para ser hombres.
Necesitamos de los ángeles para ser poetas.

Ven incontable música, y anuncia
(al poeta y al hombre, humilde unidad)
la resurrección diaria de los ángeles.
Restaura en mí la certeza de que la hoja
[que vuela es su indomable divertimiento
pues a veces siento que mi primer verso fue
         murmurado tal vez,
sin que yo lo supiese, por un ángel
perturbado por mi aire desesperado de papel
         en blanco.

No es la mañana, depositando la simiente de
         alegría en el corazón de los hombres.
No es la vida, cántico triunfal descendiendo
         sobre las almas.
No es el poeta, subiendo por los andamios de
         la carne del recuerdo de una mujer.
Son los ángeles que vinieron a vincularnos,
         una vez más,
al orden eterno y a la anunciación.

No nos liberaremos jamás de esos ángeles
hechos de tierra y mar, creaturas celestes
que dejan caer en nosotros el sol de la
         armonía.
Es inútil matar a los ángeles.
Ellos son invisibles y traicioneros.
De pronto, cuando nos sentimos seguros, ya
         no somos
los consumidores de instantes, y estamos
entre el Día y la Noche, en el umbral
de una eternidad vigilada por ellos.

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